Se llama estilo románico en arquitectura al resultado de la combinación razonada y armónica de elementos constructivos y ornamentales de procedencia latina, oriental (bizantinos, sirios, persas y árabes) y septentrional (celtas, germánicos, normandos) que se formó en la Europa cristiana durante los primeros siglos de la baja Edad Media.
COMPONENTES DEL ESTILO
Entre los elementos arquitectónicos que destacan en el estilo Románico los más característicos del mismo son:
* el pilar compuesto y de núcleo prismático.
* el arco de medio punto.
* la cubierta de bóveda de medio cañón y de arista.
* la cúpula poligonal sobre trompas.
* los ábsides semicirculares en planta de cruz latina en las iglesias.
A continuación otros de los elementos arquitectónicos propios el estilo:
* contrafuertes muy desarrollados
* arcos doblados y arquivoltas
* capiteles decorados
* impostas, frisos decorativos
* escultura monumental aplicada a la arquitectura
PLANTA
BÓVEDAS ROMÁNICAS
La bóveda es un elemento constructivo semicilíndrico que soporta el peso de la cubierta, generalmente realizada en piedra. Podría decirse que se trata de una sucesión de arcos de medio punto.
La bóveda más utilizada en el románico es la llamada bóveda de cañón.
El uso de esta bóveda semicilíndrica resuelve un problema como el de evitar los incendios, pero añade otro para los constructores de templos y monasterios: el arco de medio punto, empleado en la construcción ejerce una gran presión o empuje sobre los muros, llegando a agrietarlos o derrumbarlos.
Para solucionar este problema recurrieron a diversos procedimientos, añadiendo a sus edificaciones:
Para solucionar este problema recurrieron a diversos procedimientos, añadiendo a sus edificaciones:
- Gruesos contrafuertes adosados al muro por el exterior.
- Entre dos arcos de medio punto colocaron otros arcos intermedios, adosados a la bóveda, llamados arcos fajones.
Aristas transversales encontradas en un punto central. La bóveda se convierte en una sucesión de bóvedas de cañon que se intersectan. Por eso recibe el nombre de bóveda de arista.
La bóveda de cañón o bóveda de medio cañón es la bóveda de sección semicircular, generada por la prolongación de un arco de medio punto a lo largo de un eje longitudinal. Sus paramentos presentan la forma de media superficie cilíndrica.
Aunque fue utilizada por los antiguos Egipcios y en Mesopotamia, conformadas con adobe, solo se construyó en piedra, de forma sistemática, a partir del Imperio romano. En el Románico fue el principal sistema para conformar cubiertas, reforzadas con arcos fajones. Fue empleada en monasterios, castillos, torres y otras estructuras. También se utilizó para abovedar sótanos, criptas, vestíbulos, claustros e incluso grandes salas.
Por extensión, todas las bóvedas generadas por un arco directriz, sea rebajado, carpanel, ojival, etc. se denominan, impropiamente, bóvedas de cañón corrido.
Otra bóveda utilizada en el románico es la bóveda de cuarto de esfera,
es la formada por un cuarto de esfera. Su proyección horizontal es semicircular, por lo que es apropiada para cubrir ábsides o espacios similares. Muy utilizada en la arquitectura románica y antes, en la romana.
Frecuentemente es un elemento utilizado para la decoración interior (pintura).
EL MURO ROMÁNICO
La forma de edificar un muro en época románica es herencia directa de los geniales arquitectos que fueron los constructores romanos. El tipo de técnica empleada es lo que se denomina "muro compuesto" o "emplectum" y consta de tres capas: un núcleo formado por ripios consolidados con mortero de cal y sendos acabados exteriores.
La imagen inferior corresponde a la ruina del cilindro absidal de Medianeta en el Alto Gállego (Huesca). Resaltados en amarillo están los sillares de las capas exteriores del muro, entre las cuales se dispone el núcleo formado por mortero de cal y ripios.
Realmente lo que están haciendo estos constructores es fabricar un "encofrado", de forma semejante a como hoy se realiza; pero sustituyendo las planchas metálicas -que se retiran al consolidar la fábrica- por bloques de piedra tallada para que además de conformar un espacio interior donde fabricar el núcleo del muro, le aporten el acabado tanto al exterior como al interior.
Hacia el interior del muro, la piedra no necesita ser tallada con cuidado. No se verá. Y su propia irregularidad en la profundidad de penetración en el núcleo aportará cohesión a ambas capas. Este es el fundamento de colocar sillarejos a tizón: al disponerlos de modo que su mayor longitud se hunda en el centro del muro, consolida y ata sus distintas fases.
Un ejemplo de esto lo he encontrado en los restos de amurallamiento del castillo de Marcuello en Huesca.
Además de los acabados exteriores a base de sillarejos y sillares, también se utilizan mampuestos y ladrillo en sustitución de la piedra trabajada. Y en fases avanzadas de la época medieval, se llega a prescindir de las capas exteriores del muro, encofrando con planchas de madera sujetas por vástagos que dejan unos orificios regularmente distribuidos por la obra.
Si la obra no se pensaba cerrar con una bóveda de piedra, el muro podía ser de menor espesor. Más si había de soportar los notables empujes de las cubiertas, todo era poco: amplio grosor, escasas ventanas, contrafuertes y la puerta al hastial de poniente, muro que no soporta empuje de la bóveda.
En las obras de notable altura, como las torres militares, a medida que ascendían rebajaban el espesor del muro. En parte para disminuir el peso total de la fábrica, y en parte para así con los retranqueos tener un punto de apoyo de las soleras de las distintas plantas.
Y en las torres-campanario, se aplica la misma idea, con el resultado de aumentar el numero y amplitud de vanos a medida que se gana altura. Arriba las cargas son escasas y abrir amplios vanos aligera la carga total que ha de soportal la base. El resultado es estéticamente bello.
El arquetipo del muro románico, a tenor de lo visto, es el muro pesado, recio y con pocas aberturas por miedo a debilitarlo. Ese es el esquema inicial, que condiciona el aspecto interior. El crecimiento en altura de los templos se ve condicionado por la pesadez del muro, incapaz de soportar su propio empuje. Y además habrá de recibir las cargas de las bóvedas.
El gran avance en este campo surge cuando -como en tantas otras disciplinas de la vida- se experimenta con formas aparentemente contradictorias. Algún maestro constructor se debió de dar cuenta de que la clave estaba no es hacer muros más recios y por tanto más pesados, sino en articularlos de manera que con menos peso, fueran capaces de transmitir los empujes de las bóvedas y el suyo propio.
Quizá la clave fuera entender el funcionamiento de las bóvedas de arista. En ellas, las cargas se transmiten por los pilares de las esquinas, pudiendo calar los cuatro muros, que resultan innecesarios desde el punto de vista de transmisión de empujes.
Y si de lo meramente formal, damos el salto a lo ideológico, estamos ya viendo a través de la elevación de las naves con sus muros articulados plenos de vanos que dejan filtrar luz el nuevo estilo que imparable acude al relevo: el gótico.
En la época románica, la piedra recibe diferente tratamiento según las épocas y dependiendo de su acabado, precisará mayor o menor cantidad de argamasa para regularizar las superficies que han de recibir cargas.
Una forma arcaica de colocar los sillarejos e incluso los mampuestos alargados sin que sea precisa una gran labor de regularización de sus caras, es la denominada en "espina de pescado". Puede verse el ejemplo sobre estas líneas. Sobre una hilada más o menos recta de sillarejos, se colocan elementos inclinados, apoyando unos contra otros, y en sentido opuesto en la hilada superior.
Cuando el sillarejo ha recibido un tratamiento a maza, que lo ha regularizado, lo hallamos formando muros en hiladas más o menos regulares y por lo general con abundancia de mortero cuya finalidad es igualar sus irregulares superficies en orden a una igual distribución de cargas. Sobre estas líneas dos imágenes de los muros lombardos de Loarre. Podemos ver otra característica, que es la colocación de sillarejos a lo largo, o de punta (esto es "a soga" o "a tizón"), sistema que ayuda a "atar el lienzo exterior al núcleo del muro.
En ocasiones cuando el sillarejo ha sido bien elaborado y por su situación no ha de soportar grandes cargas, lo podemos encontrar prácticamente colocado "a hueso". Así ocurre en la zona alta de la torre de San Pedro de Lárrede en Huesca (sobre estas líneas).
Pero lo que más vamos a ver en el románico pleno, son los muros elaborados con sillares bien escuadrados y ajustados. Las técnicas de cantería evolucionadas permiten la obtención de abundante material en las logias con un acabado de buena factura.
De este modo, precisarán muy poca argamasa para lograr su asiento, como vemos en las imágenes superiores correspondientes a Loarre y a Agüero.
De este modo, precisarán muy poca argamasa para lograr su asiento, como vemos en las imágenes superiores correspondientes a Loarre y a Agüero.
Un hecho importante en las labores realizadas con sillares es el trabajo de las caras no vistas de los mismos. Nosotros vemos la cara exterior, que puede ser perfecta. Pero el sillar tiene cinco caras más. Si el muro no ha de recibir mucha carga, pueden estar apenas desbastadas y ser irregulares. La argamasa suplirá.
Sobre estas líneas, muestro una imagen tomada desde lo alto de uno de los muros en degradación de la iglesia de Nuestra Señora de Trujillo en Castiello de Jaca (Huesca). He pintado en amarillo el perfil de los sillarejos y señalado con flechas rojas la parte vista de los mismos, al interior del templo. Solo esa cara es regular. El resto, ya se ve que no. El aspecto desde el interior de la nave puede ser impecable; pero el muro no será capaz de soportar sino una cubierta de ligera madera. Y a juzgar por su estado, ni aun eso.
En las ocasiones en que el lienzo de sillares ha de ser elemento de transmisión de grandes empujes, sus caras de contacto han de ser muy regulares. Y si forman parte de un arco han de poseer una estereotomía cuidada para lograr su asiento. Solo de esta forma se aprovechará la propiedad de la piedra de trabajar "a compresión".
En estos casos los sillares bien escuadrados solo se utilizan en los elementos "sensibles" de la obra; como los cantos de los muros, sus encuentros o los vanos. Este sistema abarata costes y el resultado es similar, si tenemos en cuenta el hecho de que tras el acabado, el muro se enfoscaba. Hoy prima la estética de la piedra vista; pero esto no era así cuando estos edificios estaban "vivos".
Y por último el muro de ladrillo, común en las zonas donde no hay disponibilidad de buenas canteras o en las de influencia de la cultura islámica que prioriza este material. El "románico de ladrillo" no es pariente pobre del elaborado con sillares. Antes bien, requiere de una industria paralela para la elaboración de ladrillos de formas y medidas correctas.
CONTRAFUERTE
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Los contrafuertes, que permiten al muro resistir empujes laterales, se conocen desde tiempos inmemoriales, han sido profusamente usados en todo tipo de construcciones, siendo elementos característicos del arte románico y gótico.
El origen de los contrafuertes se debe a la necesidad de soportar la componente horizontal de la carga que origina una bóveda o a veces una cubierta a dos aguas. Estas estructuras de cubierta, además de su carga vertical (su peso por gravedad), tienden a "abrirse", y empujar transveralmente al muro que la sustenta. Por ese motivo, dicho muro debe reforzarse en esa misma dirección para no volcar.
En la arquitectura románica, los contrafuertes adoptan la forma de pilastras, adosadas exteriormente al muro, con ancho decreciente en altura. En la arquitectura gótica se producen varias innovacioneses que estilizan el contrafuerte: se sustituye el arco de medio punto por el arco apuntado, que al ser más vertical, ocasiona menos empujes transversales al muro. Por otra parte, el muro de cerramiento deja de tener funciones estructurales. las cargas de la cubierta se transmiten, mediante arbotantes, a contrafuertes que aparecen ahora como pilares exentos.
Estos contrafuertes exentos suelen presentar remates verticales denominados pináculos que cumplen una doble función decorativa y estructural, ya que el peso del propio pináculo ayuda al contrafuerte a aumentar la componente vertical de la carga, lo estabiliza.
La aparición del acero ha ido eliminando la necesidad de los contrafuertes, ya que es más barato "coser" la cubierta con cables o barras de acero para evitar que se abra.
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